Los adolescentes olvidan sus juguetes infantiles para vérselas con una nueva pareja: su cuerpo sexualizado que les produce extrañeza y los inquieta. Es allí donde la tentación del bullying aparece como una falsa salida: manipular el cuerpo del otro bajo formas diversas (ninguneo, agresión, exclusión, injuria) les permite poner a resguardo el suyo. Para eso hay que designar un chivo expiatorio y golpear y destruir esa diferencia que se le imputa a la víctima y que deviene, para algunos, insoportable porque confronta a cada uno con la asunción de su sexualidad y con encontrar un lugar en ese nuevo mundo que sucede a la adolescencia. Abordar el acoso implica acompañar a esos adolescentes en su delicado tránsito.