Hablar de Pierre Teilhard de Chardin es siempre hablar de dos mundos que parecen contradictorios pero que se entrelazan en una misma persona; en él converge lo que en la cabeza de muchos colisiona: lo espiritual y lo material, la ciencia y la religión. Seguimos celebrando la reunión humanizadora del teatro rodeados de barbarie. Hacer teatro hoy también nos conmina a hablar de la crisis de conciencia de nuestro tiempo ante la catástrofe ecológica y el sufrimiento de las mayorías. El drama expone en escena situaciones límite que hacen surgir la pregunta por la autenticidad: ¿hacia dónde va nuestro mundo? La pregunta por el futuro pregunta por la esperanza y pregunta por el tiempo. De pronto, la eternidad se enciende cegadora. Hace falta encontrar algún científico apasionado por el enigma de la materia que también sea capaz de hablarnos apasionadamente del enigma de la eternidad. Esta obra evoca en el escenario de nuestros días la presencia de Teilhard de Chardin, un jesuita científico, geólogo, explorador incansable, célebre paleontólogo, que fue también un hombre de fe profunda y un poeta inspirador. Su aventura se propuso edificar una idea honorable de Dios. Su amor a la Tierra, su esperanza en la historia del mundo, su testimonio, dialogan poderosamente con nuestra actualidad. Para recuperar la esperanza nos quedan las preguntas. Feliz quien no se las haya respondido todavía.