Todo comenzó el día en que me dio por ladrarle a la Bulldog. Así comienza El síndrome de Diógenes, el relato en primera persona de un cínico contemporáneo, un tipo extravagante que, en la mitad del camino de la vida, emprende una cruzada contra lo que llama la perniciosa secta de las señoras con el bolso bajo el brazo, dejándose llevar por un instinto cada vez más canino que le hará sufrir un rechazo social creciente, lo empujará a los márgenes de la ciudad y lo acabará alejando sin vuelta atrás de sus congéneres. Escrita en diálogo con La metamorfosis de Kafka y el Lazarillo de Tormes, y con las doctrinas clásicas de los venerables Antístenes, Crates o Diógenes de Sinope como ecos de fondo, esta brillante y ácida nouvelle de Juan Ramón Santos propone todo un ejercicio de cinismo, una historia de resistencia en tiempos de crisis. La historia de un inadaptado que escapa a ladridos de un entorno que lo oprime para ir poco a poco encontrando acomodo, construyendo su personal refugio frente a la intemperie, un lugar donde nadie le haga sombra, donde nadie le niegue, con su mera presencia, la luz del sol.