La empresa del descubrimiento, exploración, conquista y colonización de América, representa un esfuerzo verdaderamente gigantesco de la España católica, si bien se consideran, de una parte, el estado de esta, empobrecida y desangrada durante ocho siglos de guerras, con una población que no pasaba de los nueve millones de almas, y, de otra parte, la distancia y extensión de las tierras exploradas y colonizadas, y cuanto en ellas hizo la metrópoli en el trascurso de tres siglos.En suma, al ambiente americano se unieron lo étnico, lo social, lo político, lo económico, lo científico y cultural, así como las influencias foráneas, para crear intereses, descontento y aspiraciones que trajeron consigo, alboreando el siglo XIX, la emancipación americana. Del mundo colonial de pueblos que antes casi se ignoraban los unos a los otros, surgió así el admirable concierto de naciones que al punto buscaron lazos de unión y vigorizan cada vez más los de fraternidad americana.Ciertamente, en los siglos coloniales, como en la conquista hubo también sombras, esto es, abusos, crueldades e injusticias que, aunque se explican, no alcanzan a justificarse. Ni fueron solamente de España, ni de todo lo que era España, ni siquiera exclusivos de su época, como lo atestiguan los siglos siguientes y los tiempos que corremos. Por donde historiadores de excepcional autoridad, nada sospechosos de parcialidad, dan la preminencia a España no solo en cuanto a la prioridad y primacía de su obra colonizadora, sobre la inglesa, sino también en cuanto al sentido humanitario de la conquista y de la legislación de Indias.