Cuando un ser humano siente la necesidad de un cambio radical, puede tener escondido muchos secretos, no sólo la modificación de su aspecto físico. Confesar esos secretos no es tarea fácil, más aún si dentro de esas confesiones está involucrado algún momento sórdido de un maltrato.Cuando somos niños, un juguete puede darnos felicidad pero también puede quitárnosla, generando con ello algún tipo de complejo que nos haga sentir encerrados en una vida que nos es ajena. Si nos dejamos llevar por ese encerramiento, el encuentro inesperado de la verdad que por mucho tiempo no quisimos ver, puede permitirnos descubrir diversas sensaciones nunca antes pensadas y mucho menos sentidas. ¿Qué tal si entre esas sensaciones está un inesperado instinto maternal? ¿Cómo humano pueden diferenciarse instintos maternales o paternales ante un hijo? más aún si ese hijo solo existe en la imaginación sin exista la más mínima posibilidad de conocerlo personalmente.Cuando somos jóvenes, la noche es ese misterio que aspiramos desnudar. Pretendemos ser adultos sintiéndonos pertenecientes a la juventud nocturna, esa juventud que escudriña, que contempla, que cosecha y que no entiende. Sólo que la noche nos trae algunos sinsabores que la madurez siempre nos hace recordar.Cuando somos adultos, comienzan a detonarse otras sensaciones, y a pesar de la amistad, nuestro cuerpo nos puede pedir a gritos que saltemos esa barrera y nos entreguemos a nuevas sensaciones, así sea una sensación podal, lo que nos lleva a entender que el sexo no es solamente genital, que hay fronteras mucho más allá que nos toca descubrir.Cuando somos ancianos, ya en solitario, podemos ver en retrospectiva todo lo vivido, desde nuestro tranquilo sillón favorito, disfrutando de los instantes de felicidad, temerosos de la cuenta regresiva.¿Qué puede concluirse de este experimento llamado vida humana? ¿Será que un ser superior está experimentando con todos nosotros?¿Qué más me queda? Solo registrar todo en algunos escritos que aquí se presentan.