Antonio González Montes —en concordancia con la búsqueda profunda y problematizadora de la verdad, y no meramente de la información acumulada por la ideología reinante de los escritos de Julio Ramón Ribeyro— percibe un hilo conductor en los libros del autor de La palabra del mudo, una experiencia vital y artística que lo condujo a intentar comprender su heterogénea sociedad de origen, a la vez que accedía a una visión más amplia del mundo, basada en su instalación progresiva en el mundo europeo, en especial en Francia, y dentro de este país, en París, una ciudad con la que se identificó, como lo hizo con Lima, y de modo particular, con el distrito de Miraflores. En consecuencia, leer cabalmente a Ribeyro implica un aprendizaje vital y artístico, sostiene González Montes en sus reflexiones finales. Un aprendizaje que el lector aprovechará como es debido. Comulgará así, enriquecido por la lectura de los relatos ribeyreanos, con la complejidad de la condición humana, liberándose de prejuicios, marginaciones y, en general, de la carga alienante del contrato social.