El piso de Layo, situado en el casco antiguo, en pleno barrio marinero de la ciudad en la que vivía, da directamente al puerto. Tanto desde el balcón como desde cualquiera de las ventanas de la vivienda se ve toda la ría, en la que está el puerto y no hay barco que entre o salga de ella que no se divise desde allí. Para llegar al piso de Layo, situado en un quinto piso sin ascensor, hay que subir por una escalera estrecha, húmeda, umbría, desconchada y con el color y olor característicos que adoptan los edificios que llevan mucho tiempo viviendo cerca del mar.Así empieza la historia de Layo, un niño que vive, por su impedimento físico, atrapado en su casa, situada en un quinto piso sin ascensor y sin posibilidad de bajar a la calle a causa de las impracticables escaleras que lo separan de la libertad. Mantiene su unión con el mundo exterior gracias a su inseparable amigo Tinín y a su fuerte imaginación y amor a la mar y a todo lo relacionado con ella. Con su amigo Tinín intentarán por todos los medios a su alcance conseguir un ascensor o cualquier otro mecanismo para que Layo pueda salir de casa y gozar de su libertad. Es una historia dulce y dramática que nos habla de los valores de la amistad y de la realidad del mundo en que vivimos, más proclive a poner impedimentos y dificultades y a hacer promesas baldías que a promover soluciones efectivas.