El autor se prendó de la biografía de Lucrecia Borgia, la hija del Papa Alejandro VI (Cesar Borgia) uno de los personajes mas corruptos de la historia en la iglesia católica, y se propuso, rehabilitarla ante posteridad, acabando con leyenda romántica y de adjetivos denigrantes que afeaban a una dama que no nació para figurar la historia como heroína, ejecutora o inspiradora de gloriosas hazañas.Era una mujer de sangre española Borgia, no entibiada en su mezcla con la romana y plebeya. Ni heredó de sus padres virtudes que ellos no poseyeron, ni pudo tampoco sustraerse al ambiente de abominación y de lujuria que se respiraba en la corte pontificia.Pecó como otras hijas de Eva que saborearon la fruta prohibida y de ella nutrieron y hartaron; más pudo alegar como disculpa la de un temperamento excesivo, al que servía de aguijón el mal ejemplo de cuantos la rodeaban: padres y hermanos, tías, cuñadas y primas, sin que bastaran a apaciguarlo y refrenarlo ni su voluntad flaquísima ni su conciencia por completo embotada.Predominó en Lucrecia la hembra enamorada, y más que a su belleza, cuidada con esmero y realzada por el exquisito y dispendioso gusto con que se vestía y adornaba, se rendían a su encanto cuantos se le acercaban y disfrutaban de su trato. Sumisa en Roma para sus enlaces matrimoniales a los antojos de la familia, se vio obligada en Ferrara, para satisfacer los propios, a contenerlos dentro de los límites de la honestidad y la prudencia, impuestos por un marido celoso y una corte hipócritamente pudibunda.Falleció en edad temprana, antes de que el tiempo le hiciera sentir demasiado sus ultrajes; pero sus últimos años, muertos ya sus padres, sus tres hermanos, sus hijos Rodrigo y Alejandro, fueron de preparación para la muerte, que por obra de la divina misericordia presintió ya próxima.