Jesús de Nazaret y María Magdalena son dos seres extraños en un país convulso. Jesús, célibe en una sociedad de casados, no pronuncia una palabra política en un pueblo agitado por el sometimiento y la rebelión y ni siquiera cuando su primo Juan es matado protesta contra el tirano y con su prédica sobre su reino de paz no hace más que aumentar la confusión. El caso de María Magdalena podía ser más discutible: es una prostituta. Pero lo es en una sociedad puritana, lo cual significa que en su oficio se jugaba la vida, permanece soltera cuando el destino de la mujer era el matrimonio, no tiene hijo alguno cuando el pueblo exige dar hijos para liberar a Israel de la esclavitud y producir héroes. Estos dos seres extraños se encontraron en la vida en un cruce de sus caminos. Sólo tienen un elemento en común. Pudieron surgir chispas, incluso un incendio. Pudieron ignorarse y seguir cada cual su destino. La historia ha magnificado la vida de Jesús de Nazaret y ha convertido a la Magdalena en un apéndice, apéndice curioso, de esa vida. Pero cuando dos extraños se encuentran, nadie puede predecir el resultado. Y nosotros nos podemos preguntar legítimamente: ¿qué aprendió Jesús de María de Magdala? Porque todo el mundo está convencido que la alumna fue ella, pero es posible que la predicación de Jesús hubiera sido distinta sin los estímulos de esta mujer sabia.