Iniciamos nuestra investigación con el aire que respiramos y sus gases principales (oxígeno y dióxido de carbón), su balance que nos da el Ph, la estabilización de este por medio de la reactividad del metal esencial sodio, corregida por la fuente de energía frecuente y fácil de obtener, la glucosa. Más adelante, la influencia del azúcar sobre la sal en la sangre, que nos aporta gran parte de la osmolaridad y su excreción por el riñón (el clearance de creatinina), así también la relaciones en los factores que regulan esta azúcar (la insulina) y su capacidad de mudar la sangre (hemoglobina glicosilada). De allí, viajamos por la armonía en que cursan estos elementos por medio de cada latido cardiaco y de este núcleo pulsátil, estudiamos su comportamiento eléctrico y la utilidad de la proporción aurea en definir aumentos de las cámaras cardíacas, la hipertrofia ventricular. Por último, la superficie de nuestro cuerpo, su constitución base (el calcio de los huesos) y el componente de energía que nos regula por intermedio de la glándula tiroides, todo ello en el contexto del ideal áureo.