El Gorgojo, en latín Curculio, no se abre con un prólogo, como las demás comedias del autor, sino con una escena sencillamente genial: Fédromo es sorprendido por su esclavo Palinuro, l guardián moral de su amo, una especie de sustituto del padre (que en esta comedia no aparece), justo cuando el muchacho se dispone a salir furtivamente de su casa para encontrarse con su amada Planesia, a escondidas del propietario de la joven, el proxeneta Capadox. El espectador no necesita nada más para comprender inmediatamente dónde y qué: desde la casa de Fédromo se ve el templo de Esculapio, donde descansa el rufián enfermo de absolutamente todos los males; detrás del templo se halla oculta la amada puerta, oculissumum y occlusissumum que se abre en silencio para unir en silencio a los amantes furtivos que, como sabemos todos, al final de la obra serán un matrimonio con todas las de la ley. El lector no podrá pedir más en 729 versos: sonrisas, risas, carcajadas, tensión, indignación, rabia, sed de justicia, reencuentro, ternura y amor.